Fue un martes, sí un martes, que miré por la ventana de la habitación en la que me hospedaba, y vi aquella escena que me hizo reflexionar. Era un chico, junto a su padre, que vivían en la calle. El menor no debe haber superado los 5 años. Triste escena que me dolió en el corazón, ver la desnutrición de aquel pequeño que culpa alguna no tiene, sino que fue la suerte que le tocó. Y fue entonces que la palabra «injusticia» llegó a mi mente. 

Imagen de Engin Akyurt en Pixabay


La injusticia está en todas partes. Todos sabemos que hay gente buena que muere joven y gente mala longeva. Niños que mueren de hambre y viejos que comen los mejores manjares. Personas que se sacrifican día a día para ganar un sueldo que no alcanza, y otros que no hacen nada y reciben millones. Hay personas que lo tienen todo y reciben más, y gente pobre que lo poco que tienen se le es quitado. 
Es triste, muy triste. Pero es algo que no podemos cambiar; solo nos queda ayudar a apaciguar el sufrimiento de aquellos que no tienen nada, ya que no sabemos lo que nos depara el destino y, quién sabe, quizás la suerte no sea a nuestro favor. Sería entonces que nos daríamos cuenta de lo fácil que es perderlo todo y que nadie está libre de ello. 
Seamos realistas, nadie tiene nada asegurado, ni la vida, ni el dinero, ni la salud, ni el éxito. Porque esta vida da muchas vueltas, y todo puede cambiar.

Volví a mirar por la ventana y vi al padre dándole un pan a su hijo, y abrazándolo con los ojos llenos de lágrimas. Y fue ahí que me di cuenta, que se abrieron mis ojos y pensé «hay quienes no tienen nada, pero que aun así luchan por sacar adelante a los que aman».